La desaparición del tiempo, según Vicente Ruiz

Un vector posible que pueda direccionar los pasos de la aparición de la pandemia como performance del estado de excepción en las sociedades libres  y su consecuente desaparición de los derechos, es proponer una tesis  en torno a la aparición del tiempo como confirmación de un estado manifiesto de su desaparición. Existir, lo mismo que ir dejando de existir.

Cuando el tiempo toma forma como cuerpo mismo de su desaparición, abre una posibilidad a su aparición. Cuando la exclusión hace visible la desaparición, la aparición toma forma de negación. Su completa aniquilación es la forma de su aparición. El aislamiento en estado de excepción es la aparición de una desaparición de lo que está siendo.

El cambio de conducta, en la adaptación de  la moral del consumo, da lugar al retiro reiterado a través de una conducta condicionada, que aleja los pasos de lo presencial y los encamina hacia la virtualidad de la cultura. La desconexión del  encuentro social en su interior, entrega evidencias de un crecimiento sobrepoblado de imágenes inmediatas, por medio de la insistencia de nuevas estrategias del poder, que con su lenguaje de imposición y convicción, impulsa automáticamente, ve la manera de acentuar su naturaleza  artificial para hacerla parecer aceptable y cotidiana.

La desaparición de los componentes mismos, que fueran hasta hace muy poco una especie de piel de contacto entre la interacción directa de la presencia, rozando los movimientos de la vida en común entre personas, tuercen su expresión debido a la restricción de los decretos que el modelo preexistente de nuevo orden impone, destruyendo la convivencia, despojándola de su integridad afectiva hasta reducirla y dejarla como una ausencia plena en la forma de apariencia -virtual y performativa- entre  figuras simultáneas que se acompañan, y son mutuamente la sombra de un desaparecido rostro, imagen y reflejo, que traspasa su estado visible para devenir en ausencia.

La negación se confirma como nueva costumbre de la aparición. Entonces,  es posible desde ese momento, un encuentro sexual sin contacto entre cuerpos, compras sin la materialidad del dinero, teletrabajo como la desaparición del límite entre permanencia y trabajo, telemedicina como  destrucción del alivio de la antigua atención médica, educación virtual  como manipulación fundamental de aceptación de la no presencia, la extinción de la confianza en los demás que pasan a ser peligro mortal.

Sólo entonces el arte puede usufructuar de su derecho a desaparecer y dar un brinco hacia la autonomía a la que es llamado. Hacer estallar desde su centro más ignoto una desatadura del mercado, un caos revelador que lo deje sin identidad previa ni precio, vacío sin ninguna oportunidad de forma ni clasificación catalogada, renunciado al cuerpo de la operación curatorial, donde ha sido condenado a ser estrujado hasta dejarlo convertido en un hollejo de simulaciones contractuales, vuelto innombrable porque en su origen no podía ser nombrado, nacer como algo que no nace ni perdura y que regresa constantemente a un estado de pre forma, donde no es posible llegar hasta él con restricciones ni represión, porque desde ese sacrificio de inmolación perenne comparte las propiedades efímeras del tiempo, una desaparición como la única forma de aparecer.