Vladimir Garay, ONG Derechos Digitales: “La tecnología debe estar vinculada al respeto de los derechos fundamentales”

“Comunicación es control”, decía en 1972 el académico británico Stafford Beer en una entrevista a revista Qué Pasa. Era octubre y finalmente había puesto en práctica el proyecto Cybersyn, un visionario plan cibernético desarrollado por el gobierno de Salvador Allende que intentaba poner en red a todas las empresas del Estado.

Durante ese mes, el sistema tuvo la oportunidad única de demostrar su utilidad debido al paro realizado por 50.000 camioneros que bloquearon las calles de Santiago. Mediante las máquinas de teletipos de Synco, el gobierno fue capaz de coordinar el transporte de alimentos con los camiones que no estaban en paro. Fue un éxito, pero la historia que vino luego fue otra: debido al Golpe de Estado de 1973, el proyecto no prosperó y no volvió a ser aplicado.

No obstante, las ideas implementadas por Beer siguen vigentes y, casi 50 años después, la cibernética entendida como la ciencia de la organización efectiva, ha desempeñado un papel crucial en el surgimiento de la revolución tecnológica. Vivimos rodeados de distintas formas de transmisión –computadores, televisión, teléfonos, radio- y almacenamientos de datos. La cantidad de información crece y muchas veces nos abruma. Tanto, que la Organización Mundial de la Salud (OMS) lleva tiempo usando la palabra «infodemia» para referirse a la sobreabundancia informativa falsa y a su rápida propagación, especialmente en tiempos de pandemia debido al Covid-19.

En el Seminario expandido que realizaremos el próximo miércoles 20, titulado Cybersyn y la cibernética social del Cuarto Mundo, repasaremos con Raúl Espejo, director de operaciones de Synco, la historia de este plan cibernético que buscaba entregarle las herramientas de la ciencia organizacional a la sociedad.

Asimismo, junto a Vladimir Garay, director de incidencia de la ONG Derechos Digitales, abordaremos aquellas temáticas ligadas a la conjunción entre tecnología y derechos humanos. ¿De qué forma estamos aplicando la tecnología en el contexto de pandemia? ¿Cómo podemos regular datos de forma fidedigna y actualizada? En esta entrevista adelantamos algunos de estos contenidos y abordamos otros atingentes a la crisis sanitaria actual.

Zoom se ha convertido en uno de los softwares más usados desde que se desató la pandemia: sólo en marzo la cifra de personas contectadas diariamente llegó a 200 millones. ¿Cuáles son los principales problemas de seguridad que presenta esta herramienta? ¿Cómo proteger de forma efectiva nuestros datos?
Como mucha gente ha señalado, Zoom presenta una serie de problemas relacionados a la privacidad de sus usuarios y usuarias. En primer lugar, la compañía declaró falsamente que el contenido de las videollamadas estaba cifrado de punto a punto, cuestión sobre la cual tuvieron que retractarse, porque simplemente no es cierta. Junto con ello, se descubrió además que la compañía compartía datos sobre sus usuarias y usuarios con Facebook, otra empresa particularmente conocida por su conflictiva relación con la privacidad de quienes la usan.

Además, Zoom tiene una función denominada «attention tracking», algo así como «seguimiento de la atención», que permite notificar al anfitrión de una llamada si las y los participantes están poniéndole atención a la pantalla o no; piénsalo en el contexto de una reunión de trabajo o una sesión de clases a través de internet. Si eso fuera poco, la aplicación tiene un historial largo de fallas de seguridad que exponen a las personas y sus dispositivos de diferentes maneras.

Respecto a cómo protegernos mejor, mis recomendaciones serían principalmente dos: informarnos respecto a las características de los software que usamos y buscar alternativas; Zoom está de moda, pero, dependiendo de lo que necesitamos hacer, hay opciones: Jitsi, Signal, Webex y otras más.

En segundo lugar, es importante preguntarnos si es que realmente necesitamos hacer una videollamada. Esto, porque la tecnología dista de ser perfecta y la experiencia puede ser increíblemente frustrante. Pero, además, porque no todo necesita ser una videollamada, no siempre necesitamos ver a la otra persona. Y hay alternativas: llamadas solo por audio, llamadas telefónicas, mensajes de texto, correos electrónicos, todas esas alternativas no solamente son válidas, sino muchas veces preferibles.

¿Cómo evitar el Zoombooming?
Hay algunas recomendaciones: proteger la llamada con contraseña, no divulgar públicamente los enlaces a las llamadas, habilitar la opción sala de espera, configurar la llamada para que los participantes aparezcan silenciados cuando entran a la reunión. Aunque quizás la forma más sencilla de evitar el zoomboombing es no usar Zoom.

Fuera de Zoom, ¿qué otros sistemas de videoconferencias son más recomendables?
Va a depender de lo que necesitemos hacer y de quiénes participen. Signal y Jitsi usualmente son mencionadas como alternativas confiables. Webex al parecer está buena y hoy alguien me habló de Big Blue Button. Hay aplicaciones de mensajería como Facetime y WhatsApp que, dependiendo del uso que necesitamos darles, pueden funcionar bien, pero tienen sus peros y limitaciones: en el caso de WhatsApp está el tema de los metadatos compartidos con Facebook, mientras que Facetime sólo funciona entre dispositivos Apple. Para el caso de actividades públicas donde se espera la participación de un número importante de personas, probablemente es mejor utilizar aplicaciones que permitan realizar streaming, como Youtube o Twitch.

Hace unas semanas el gobierno lanzó Coronapp, ¿cómo podemos saber si nuestros datos estarán bien resguardados? ¿Cómo garantizar que la información no se usará con otros fines más allá de la emergencia actual?
No hay forma de saberlo. En Derechos Digitales escribimos un análisis sobre la aplicación y una de las cosas que nos parece grave es que no están bien definidos los límites al uso de los datos, en términos de finalidad, temporalidad, ni quiénes tendrían acceso a ellos, ni tampoco de qué manera se protegen usos distintos a los estipulados. Se trata de una negligencia grave y la verdad, los potenciales beneficios de la app no se condicen con los riesgos a los que expone a sus usuarios y usuarias.

En febrero de este año, la OMS advertía sobre los peligros de una “infodemia”, ¿cómo podemos combatir la desinformación?
Es un problema complejo, que involucra a una serie de fenómenos sociales. Más todavía cuando aquellas entidades que debiesen ser las garantes de entregar información confiable son parte del ciclo de producción y circulación de información de mala calidad. En ese sentido, el combate a la desinformación es una pelea a largo plazo, que necesita darse a distintos niveles y que no es posible ganar realmente, aunque se puede mitigar.

Si reducimos el fenómeno de la desinformación a algo así como «mentir»,  hay que mencionar que es algo que ha existido siempre y siempre va a existir. Podemos pensar en las distintas formas que adquiere la mentira en el ámbito de la política, por ejemplo. Además, dependiendo del contexto, una mentira puede ser un delito, puede ser un comportamiento desleal, puede ser una forma de sátira y comentario social, puede ser una forma de expresión artística o de entretenimiento. Y cuando lo pensamos así, vemos que es una cuestión muy compleja y que no puede ser resuelta ni legal ni técnicamente. Al contrario, muchas de esas iniciativas pueden terminar siendo muchísimo más dañinas.

A nivel individual, la respuesta es más o menos clara, pero sumamente difícil de implementar: entregarle herramientas a las personas que les permitan poder generar juicios críticos a la hora de consumir información. Ese es un trabajo a largo plazo que hay que realizar desde distintos frentes, pero parece ser una de las formas más efectivas de enfrentar el problema.

En territorios como Asia, se podría decir que la pandemia no es combatida solo por virólogos y epidemiólogos, sino también por informáticos. ¿Vamos hacia sociedades de control y televigilancia?
Supongo que Foucault diría que vivimos en sociedades de control desde hace siglos. Lo novedoso no es el control, sino las formas que adquiere el control, que hoy tienen que ver por un lado con el análisis de datos, también con los tipos de datos que es posible procesar —por ejemplo, todo lo que tiene que ver con la vigilancia biométrica- y con las finalidades de ese control, que no tiene un carácter meramente represivo, sino que, de manera importante, está orientado también al consumo.

Ahora, en este contexto de pandemia, que es completamente excepcional, la pregunta por el rol de la tecnología es importante. Evidentemente, la tecnología es necesaria, por ejemplo, para la producción de una vacuna que eventualmente permita superar la crisis. Pero, evidentemente, la pregunta es por aquellas que usualmente se utilizan para labores de vigilancia: tecnologías de identificación biométrica, cámaras, geolocalización, etc. Y ahí, las consideraciones son dos: la primera es si para controlar la pandemia es posible utilizar esas tecnologías de forma compatible con los derechos fundamentales y cómo luce eso. En paralelo, es importante preguntarnos si las tecnologías disponibles son capaces de hacer aquello que se requiere. En ese sentido, aquellas aplicaciones que intentan realizar seguimiento de la infección utilizando GPS no van a funcionar porque la granularidad y precisión de la información necesaria, a la escala de lo que se necesita, no es posible con esa tecnología en particular.

Entonces, en resumen, tres cosas: primero, es necesario complejizar la dicotomía control-libertad. Segundo, la tecnología y sus aplicaciones debe estar vinculada siempre al respeto y el desarrollo de los derechos fundamentales, esa línea siempre debe ser el límite de lo posible. Y en tercer lugar, es importante siempre interrogar críticamente a la tecnología y sus capacidades, para ver si lo que nos ofrecen es factible y deseable. Los contextos de crisis son particularmente buenos para gente intentando lucrar a partir de falsas promesas basadas en tecnología y además para imponer usos ilegítimos con la intención de extenderlos después de la crisis. Ambas cosas son muy peligrosas.

Sobre lo anterior y ante los riesgos de la ampliación de la vigilancia digital, muchos se preguntan si es posible compatibilizar estrategias de control basadas en la tecnología con los principios de la democracia. ¿Es posible pensar en un modelo de vigilancia democrática?
La palabra vigilancia tiene una carga semántica y política que es difícil de esquivar. La vigilancia es una forma de control y, personalmente, no estoy muy seguro de la posibilidad de una sociedad que escape al control; no sé si eso es algo deseable, realmente. El punto es cómo ejercer un control que sea compatible con los derechos fundamentales y me parece que precisamente el desafío es ese, entendiendo que esta es una tarea permanente de revisión y expansión. Cómo implementar formas de control que permitan que más personas puedan ejercer más y mejor sus derechos.

Volviendo al contexto de pandemia, la pregunta nuevamente es: cuál es el rol que tiene que la tecnología en la expansión del derecho a la salud, por ejemplo. Y luego, cómo se hace eso. Y si uno hace ese análisis, puede ser que se encuentre con que lo que se necesita no son Coronapps, sino formas en que población vulnerable acceda a medicamentos  o realizar trámites sin salir de la casa, información confiable y actualizada, maneras sencillas y seguras de comunicarse con seres queridos.